La vida sigue para todo el mundo, igual que antes pero en menos espacio.
En los pisos de Zubietxe habitan personas que han vivido momentos personales muy difíciles, y que han encontrado el deseo y la determinación para seguir adelante.
Hoy viven esta realidad con paciencia, y a las ocho de la tarde se reúnen en la ventana para aplaudir a quienes les cuidan, nos cuidan.
Son los aplausos de la esperanza, de volver la vista a la cara más hermosa de nuestra sociedad. De pensar que se puede salir de las situaciones más complicadas si hay un querer.
La maestra norteamericana Kitty O’Meara nos habla así de esta enfermedad que ha cogido el planeta:
Y la gente se quedó en casa.
Y leía libros y escuchaba.
Y descansaba y hacía ejercicio.
Y creaba arte y jugaba.
Y aprendía nuevas formas de ser, de estar quieto.
Y se detenía.
Y escuchaba más profundamente.
Algunos meditaban.
Algunos rezaban.
Alguno bailaban.
Algunos hallaron sus sombras.
Y la gente empezó a pensar de forma diferente.
Y la gente sanó.
Y, en ausencia de personas que viven en la ignorancia y el peligro, sin sentido y sin corazón, la Tierra comenzó a sanar.
Y cuando pasó el peligro,
y la gente se unió de nuevo,
lamentaron sus pérdidas,
tomaron nuevas decisiones,
soñaron nuevas imágenes,
crearon nuevas formas de vivir
y curaron la tierra por completo,
tal y como ellos habían sido curados.