Reconozco que en ocasiones necestio estar sola, habitualmente después de haber tenido que interactuar con demasiadas personas, profesional o personalmente. De pronto siento la necesidad de estar en silencio, conmigo misma. Por desgracia hay personas que viven la vida de la forma contraria. Están agotadas de estar solas, pensando, luchando con el día a día. Enfermas por no poder compartir.

Las personas en exclusión o en riesgo de exclusión sufren sobre todo de esto, de soledad.

El acompañamiento es la mejor forma de sanar. Algo tan sencillo como acudir a una cita al médico, a lanbide, comer, pasear, a buscar alojamiento, acompañada, hace que todo sea más fácil, que tenga más sentido. Algo tan sencillo como recibir una llamada y que te pregunten ¿que tal te ha ido el día?, te hace saber que le importas a alguien.

Vivimos en una sociedad muy individualista, no hace falta estar en el grupo de personas en exclusión para sentir en ocasiones, que una es muy pequeñita, así que cuando nos ponemos en los zapatos de los hombres y mujeres que acuden a nuestro centro, entendemos que el acompañamiento, algo tan sencillo, es probablemente lo más importante.

¿Quién no necesita pertenecer a un grupo? ¿A quién no le gusta pasear manteniendo una conversación? ¿Qué podemos hacer si nadie nos quiere alquilar una casa porque no tenemos trabajo y además, no tenemos a quién contárselo? ¿Cómo puedo sobrellevar una enfermedad mental que me estigmatiza y no me permite llevar una vida “normal” si no hay alguien que entiende que no tengo la culpa? …

Acompañar, no es solucionar los problemas, es estar ahí, para hacer el camino junto a alguien al que no juzgas, estás ahí porque te importa lo que le sucede.

(Puedes ver nuestra Memoria aquí)