Artículo escrito por Helena González Sáez, artista responsable del TAZ-Taller de Arte Zubietxe.
Ilustración de Khlifia, participante del TAZ-Taller de Arte Zubietxe.
Hasta la segunda mitad del siglo XX la práctica de la creación artística por parte de las mujeres en el contexto doméstico de sus vidas cotidianas se asociaba a un entretenimiento decorativo, un pasatiempo alejado de cualquier valor. Una práctica reservada a mujeres burguesas y acomodadas con mucho tiempo libre, para quienes cierta formación musical y algunas nociones de pintura naturalista eran un brillo más en el ornamento de su posición social.
Actualmente seguimos pensando en términos parecidos.
Aunque entendemos que la práctica artística subsumida en la cotidianidad, puede dar satisfacción a necesidades reales, como la expresión y la creatividad, aún nos queda un trecho hasta comprender que es la creación artística la que aporta unas particularidades en las que nos conviene sumergir nuestra vida cotidiana para convertirla en una posibilidad de transformación diaria de la realidad en la que vivimos.
Es un trabajo hercúleo producir un discurso distinto, cuando hemos metabolizado el utilitarismo cultural durante tanto tiempo que el lenguaje mismo obra en nuestra contra diariamente envolviendo a las mujeres en velos y velos de desvalorización e invisibilidad. La sumisión a estos esquemas culturales productivistas parece espontánea pero es una sumisión dolorosa en todas las culturas. Los mensajes que las mujeres construimos en la intimidad de nuestros procesos creativos revelan una percepción profunda -cuerpo a cuerpo- de asuntos enmarañados, difícilmente ovillables en palabras: barruntos, muchas veces inquietudes que ocupan el cuerpo sin encontrar un cauce simbólico hacia la palabra.
El discurso cultural contemporáneo está muy alejado de representar la matriz humana y su mensaje hace que los discursos de género, feministas y ecofeministas sigan ocupando posiciones marginales. En este juego de invisibilidades parece que la cultura adquiere texturas opacas, oclusivas y refractarias a todo lo que no esté referido a un utilitarismo cada vez más inmediato. Igualmente cualquier creación artística ha de ir asociada a algo de carácter financiero para poder construirse una identidad legítima. La cultura invisibiliza el valor cotidiano del trabajo del arte, lo triviliaza y sitúa en los pedestales culturales cierto tipo de obras y de artistas de cuya producción se sirve para alimentar sus propios argumentos. Esta invisibilización es similar a la invisibilización de las mujeres: somos ridiculizadas situando en lugares culturales preferentes imágenes que retratan a una mujer capaz de soportar cualquier deseo, consumida y consumidora voraz, de belleza única y permanente y que no envejece, cuyas relaciones sociales fundamentales se resumen en trabajar como si fuera un hombre pero cobrando menos, el ámbito doméstico y la seducción sexual.
Lo que todo esto delata es un terror cultural contemporáneo a toda acción o asunto que lleve en sí misma la justificación de su propio fin; a todo lo que no vende entradas; a cualquier actividad o condición que construya su identidad en relación al plus de goce independiente que de ella misma se desprende. Terror cultural al deseo de vivir liberadas de cualquier deuda; terror a un deseable y amable erotismo social improductivo: aquello en lo que se fundamentan las relaciones humanas de calidad.
En medio de este panorama mostrar una identificación independiente siendo mujer, estando sola, viniendo de otro país sin conocer nuestro idioma, con pocos o ningún recurso económico ni red social, y sufriendo el estrago psíquico de la inmigración en situaciones extremas, es algo complejo. Construir poco a poco -si es deseado y posible- una identificación independiente, dejando caer los lazos más dolorosos, requiere circunstancias y tratamientos especiales. Puede ser también que se produzca espontáneamente o puede ser algo que se escurra inadvertidamente atravesando los diques de la conciencia y de la articulación verbal, algo como un lapsus.
Un espacio y un tiempo para la creación artística en un estilo no pedagógico, en un espacio amable, informal y protegido, ofrece un ambiente seguro, balsámico y favorable para estas elaboraciones. Un lugar en el que sentirnos seguras poniendo en juego nuestro deseo ligado a nuestras creaciones en un ambiente de intimidad y respeto. Un lugar en el que se genera la clara sensación de que lo íntimo es valioso, para poder pensar y sentir con libertad.
Esto tiene como primera consecuencia una autorización subjetiva a experimentar, a conocer, aspectos inéditos para nosotras. Suspendiendo temporalmente aquello que obstaculiza la libertad subjetiva, al tiempo que se actualiza aquello que juega a nuestro favor. Somos libres para el escrutinio de sensaciones y significados, sin exigencias exteriores a ese tiempo subjetivo. A medida de lo que podemos tolerar en cada momento.
Todas estas operaciones se dan siempre reflexivamente, es decir: ante nuestros ojos. Todas estas operaciones quedan recogidas en la constancia de las obras.
Esto es la creación artística. Sus ires y venires transitan por los mismos lugares simbólicos relacionados con el don, con el regalo, con el señalamiento de lo extraordinario, con la matriz de aquello que nos funda como seres humanos.